El Espíritu Santo Es la fuerza viva de Dios, es aliento que da vida donde todo parecía muerto, impulso que reanima a la Iglesia para salir y dar testimonio.
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Héctor López Alvarado*
Hemos llegado al último domingo del tiempo de Pascua, en el que celebramos la solemnidad de Pentecostés, que marca el culmen de la cincuentena pascual y que nos dispone a recibir, una vez más, el soplo del Espíritu Santo en este Año Jubilar de la Esperanza.
Pascua es ya el don del Espíritu; pero Pentecostés es su manifestación pública y misionera. Durante estos cincuenta días, la liturgia nos ha ido conduciendo a un encuentro renovado con Cristo vivo, y ahora, en Pentecostés, nace la Iglesia como pueblo vivificado por el Espíritu, como comunidad enviada a irradiar esperanza y perdón.
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Clave de lectura (Juan 20, 19-23)
El Evangelio de hoy forma parte del primer final del cuarto evangelio. Es la tarde del primer día de la semana, el mismo día de la Resurrección. Los discípulos están encerrados, con miedo. Pero Jesús se presenta en medio de ellos, les muestra sus llagas, los colma de su paz, y sopla sobre ellos diciendo: «Reciban el Espíritu Santo».
Este gesto inaugura una nueva creación, un nuevo comienzo. El Resucitado, que venció al pecado y a la muerte, sopla vida nueva sobre sus discípulos, transformándolos en mensajeros de paz y ministros de perdón.
El relato muestra dos movimientos: del miedo a la alegría, y del encierro a la misión. Esa transformación es obra del Espíritu Santo.
Veamos nuestra realidad
El Evangelio de hoy, no es sólo un recuerdo del pasado. Tiene mucho que decirnos hoy, en medio de nuestro mundo herido.
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Vivimos en una época marcada por el miedo, la desconfianza, la violencia, y la división. Las puertas de nuestras casas, de nuestras comunidades y hasta de nuestros corazones, a veces pueden estar atrancadas.
La violencia se ha vuelto cotidiana: los robos, los asesinatos, los enfrentamientos. En muchas partes, el dolor y la inseguridad son parte del paisaje diario.
Y entonces, como aquellos primeros discípulos, también nosotros estamos tentados a encerrarnos. Cerramos los puños, nos defendemos de todos, y la esperanza parece habernos sido robada.
A la vez, el mundo se va encerrando en individualismos extremos, en ideologías que dividen, en polarizaciones que enfrentan. El hombre moderno se blinda en sus seguridades, se distancia de los demás, y se vuelve ajeno al sufrimiento del prójimo.
Frente a todo esto, el Espíritu Santo todo lo cambia. El Espíritu Santo no es un adorno espiritual. Es la fuerza viva de Dios, es aliento que da vida donde todo parecía muerto, impulso que reanima a la Iglesia para salir y dar testimonio.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia?
Como hemos visto en el evangelio de hoy, Jesús resucitado no reprende a sus discípulos por estar encerrados. Entra en medio de ellos y les da la paz. Luego, sopla sobre ellos. Es el mismo soplo del Génesis. Es el comienzo de una nueva humanidad.
El Espíritu Santo, que consoló a Jesús en su Pasión, ahora fortalece a la comunidad, dándole la misión del perdón y la reconciliación. La Iglesia nace no como un grupo de perfectos, sino como una comunidad frágil, perdonada y enviada.
Jesús dice: «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Es decir, los discípulos ahora son extensión del ministerio de Jesús. Con el don de la paz y la fuerza del Espíritu Santo, se convierten en testigos de la misericordia de Dios.
Como bien decía recientemente el Papa León XIV en el inicio de su pontificado: “Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo…”.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
Celebrar Pentecostés es abrir las puertas. Es dejarse conducir por el Espíritu para salir del encierro del miedo y de la indiferencia.
Hoy más que nunca, necesitamos comunidades que recen invocando al Espíritu, y que se dejen mover por Él para:
Sanar divisiones con la fuerza del perdón.
Superar el miedo con la valentía de la fe.
Vencer el individualismo con la caridad.
Salir al encuentro del que sufre con misericordia.
Dar testimonio con alegría, aún en medio de pruebas. En este Año Jubilar de la Esperanza, somos llamados a ser testigos de la luz, a caminar juntos como pueblo de Dios, animados por el Espíritu que renueva la faz de la tierra.
Conclusión
Podemos afirmar que la solemnidad de Pentecostés no es el final del tiempo pascual. Es el principio de una nueva etapa. Es la Pascua que se expande por el mundo. Con el don del Espíritu Santo, la Iglesia contempla a su Señor resucitado y se pone en camino.
Como peregrinos de esperanza, dejémonos llenar por este aliento nuevo. El Espíritu que hemos recibido nos capacita para la misión, nos sostiene en la prueba, y nos empuja a ser portadores del Evangelio en medio de un mundo tan herido. Jesús vive, y su Espíritu nos acompaña. ¡No tengamos miedo! El Espíritu Santo sigue soplando… ¡Abrámosle las puertas!
*Obispo auxiliar de Guadalajara – México, y presidente de CEPCOM