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El amor se escribe con P de papá | El Heraldo de Aguascalientes

Sergio Cuevas Ávila/El Heraldo

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Carlos multiplica su amor por doce

En un contexto donde las familias numerosas son cada vez menos comunes, la historia de Carlos Alejandro García Villanueva, padre de 12 hijos, destaca por su singularidad y carga humana. En el marco del Día del Padre, su testimonio ofrece una mirada íntima a los retos, aprendizajes y satisfacciones que implica criar a una familia de ese tamaño.

Carlos relata que ser padre de doce no ha sido sencillo. Con ocho hijos varones y cuatro mujeres, cuyas edades van de los 8 a los 26 años, ha aprendido a balancear los aspectos económicos, logísticos y emocionales de una familia numerosa, con una crianza orientada a la independencia y al trabajo en equipo.

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Describe su hogar como una fiesta diaria, donde la rutina es intensa. Desde los traslados escolares, que requieren una camioneta grande, hasta la organización de las comidas, el baño y las tareas, cada jornada representa un desafío y una oportunidad para convivir.

Más allá de las dificultades para mantener y educar a doce hijos, Carlos valora las recompensas en los detalles cotidianos. “Esas pequeñas muestras de cariño, el respeto que nos tienen, cómo se cuidan entre ellos, eso no tiene precio”, afirma.

Para él, la paternidad es un compromiso profundo que trasciende la provisión material. “Ser padre es una gran responsabilidad. Como decía mi mamá: ‘La palabra convence, pero el ejemplo arrastra’. Estamos obligados a ser ejemplo para nuestros hijos”.

En una época en la que muchas familias optan por uno o dos hijos, la historia de Carlos Alejandro García Villanueva resulta sorprendente y, al mismo tiempo, inspiradora. No es solo la cantidad, sino el compromiso, la entrega y el amor que se multiplica por doce.

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Sin genética, pero con todo el corazón

Cecilia de Santos Velasco/El Heraldo

Manuel habla de sus hijos sin titubeos. No los llama adoptados; prefiere decir que son “hijos del corazón”. Su historia, marcada por años de esperanza, frustración y amor incondicional, refleja una paternidad tan legítima y profunda como cualquier otra.

Está casado desde hace casi 24 años. Desde el inicio, él y su esposa estuvieron “abiertos a la vida”. Sin embargo, tras múltiples tratamientos de fertilidad, consultas médicas en distintas ciudades y dos embarazos que no llegaron a término, enfrentaron una dura etapa de duelo.

Doce años después, abordaron por primera vez la adopción. La decisión no fue inmediata. “Tenía muchas telarañas mentales”, reconoce Manuel. Le preocupaban los parecidos físicos, el carácter del niño, la carga genética. Pero los cursos de preparación con Vifac y el DIF le dieron claridad. Aprendió que, más allá del temperamento, todo se forma con la crianza. “Tu hijo será como decidas educarlo”, afirma convencido.

Tras cumplir con los talleres y requisitos legales, llegó la espera. Un año y medio después recibieron una llamada: su hija había nacido y se la entregarían en dos días. “Fue un embarazo exprés de 48 horas”, bromea. En medio del desconcierto, corrieron a comprar lo necesario. El recibimiento fue emotivo. “Cuando la tuve en brazos, entendí que todo lo vivido era para llegar a ese momento”.

Cinco años después llegó su hijo, en plena pandemia. Aunque el proceso fue más largo y el inicio más complejo por problemas de reflujo, la experiencia ha sido igual de enriquecedora. “Mi hija es un clon mío en carácter, y mi hijo se parece mucho a su mamá. Somos una familia como cualquier otra”.

Ambos niños saben desde siempre cómo llegaron a su hogar. “Dios les pidió a otras mamás que prestaran su pancita para que vinieran con nosotros”, les dicen. Para Manuel, esa verdad es parte del amor con que construyen su vida diaria. Concluye: “Nuestra familia es perfecta. Llegaron en el momento justo y con el amor más grande”.

Christian y Cristóbal: una familia de dos

Magdalena Valtierra/El Heraldo

Este Día del Padre, la historia de Christian Fernández destaca como un homenaje a quienes ejercen la paternidad con entrega total, compromiso constante y valentía emocional. Christian es padre soltero de Cristóbal, un niño de ocho años diagnosticado con autismo. Juntos forman una familia que desafía estigmas, convierte las dificultades en aprendizajes y demuestra que el amor no depende de estructuras tradicionales para ser auténtico y profundo.

La vida de Christian cambió el día que recibió el diagnóstico de su hijo. La incertidumbre y el miedo iniciales se transformaron en el motor de un cambio profundo. En lugar de rendirse o delegar responsabilidades, eligió acompañar y aprender. Sin manuales ni mapas, construyó un vínculo basado en la empatía, la constancia y la sensibilidad.

Ser padre de un niño con autismo implicó adaptarse a nuevas rutinas y terapias, enfrentar prejuicios sociales, librar batallas legales por la custodia y reestructurar por completo su vida personal, profesional y emocional. Todo esto sin perder de vista lo esencial: el bienestar de Cristóbal y la creación de un entorno digno para ambos.

La paternidad de Christian se manifiesta en la cotidianidad sincera: paseos, risas con cosquillas, comidas sencillas y silencios compartidos. Como Cristóbal es no verbal, su comunicación se da a través de miradas, abrazos y presencia constante.

Más allá de los retos económicos y emocionales, Christian ha aprendido a poner límites, pedir apoyo y cuidar su salud mental, consciente de que no puede acompañar plenamente a su hijo si no está bien consigo mismo. Su historia rompe estereotipos de la figura paterna ausente y representa a los hombres que se hacen cargo, se involucran emocionalmente y priorizan el bienestar de sus hijos. Su experiencia refleja una paternidad moderna, humana y profundamente transformadora.

 

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